La capital británica está entre las ciudades más interesantes del planeta para descubrir y probar vinos de los cinco continentes
Los ingleses siempre han sabido
generar tendencias, incluídas las líquidas. Creadores de los primeros gin palaces -predecesores de los pubs tradicionales- y pioneros en la
importación de vinos franceses y portugueses, fueron realmente piratas como el
odiado Sir Francis Drake quienes popularizaron el sherry en Inglaterra a partir del siglo XVII,
moda que hoy en día ha vuelto a muchos locales de la ciudad.
Esta diversidad, que
históricamemente es fruto de la expansión de su imperio y del innato espíritu
comercial británico, se traduce hoy en día en una fascinante oferta de vinos de
todo el planeta que los londinenses beben con gusto. Reino Unido es el
principal importador de vinos del mundo y ocupa la sexta posición en cuanto a
consumo con 24 litros por habitante al año, muy por delante de España (16
litros).
Sorprende la ubicuidad de
establecimientos en cuyas fachadas y carteles aparece la palabra wine, especialmente por el centro de
Londres. Ante tanta competencia, algunos locales han optado por juntar tienda,
bar y restaurante en un mismo espacio y democratizar la oferta con máquinas
enomáticas, unos dosificadores que permiten servir muestras sin que el vino
restante en la botella se deteriore. El resultado son auténticos paraísos para
los amantes del vino como The
Sampler, el primero de este tipo en la ciudad, o Vagabond, con tiendas en Fulham y el West End, cerca
de Oxford Street.
The Sampler abrió
sus puertas en 2006 en el barrio de Islington, al norte de Londres, y ya cuenta
con una nueva tienda en South Kensington, muy popular entre los turistas. De
estética informal y decoración sencilla, atraen tanto a sumilleres y expertos
como a aficionados con escasos conocimientos de vino que quieren probar antes de
comprar. Cada establecimiento cuenta con unas 1.500 referencias a la venta por
botellas, de las que 80 están disponibles para probar en diez máquinas
enomáticas clasificadas por variedades y países. “Vamos rotando los vinos cada
dos semanas; la idea es que se puedan probar todas las referencias que tenemos
a la venta”, explica Simon, el encargado del local de Islington.
El funcionamiento es sencillo.
Basta con comprar una tarjeta-monedero y cargarla con al menos 10 libras
(12,5€). Se introduce la tarjeta en la máquina, se coloca la copa bajo el
dosificador elegido y se aprieta el botón que da salida al líquido. Hay tres
medidas a elegir: la muestra, una copa o una copa doble. La muestra es la más
recomendable porque permite probar todo tipo de vinos, incluso algunos míticos
como Château Mouton-Rothschild 1990, Vega Sicilia Valbuena 1991, Screaming
Eagle 1999 o un Château Lafite 1982. Este último, a 72 libras la muestra, no
resulta barato, pero permite saborear una leyenda vinícola que no está al
alcance de la mayoría de los mortales.
Si sobra saldo en la tarjeta se
puede canjear de nuevo en el mostrador, aunque no es algo que ocurra a menudo.
En The Sampler es
fácil dejarse una pequeña fortuna, pero hay muestras a partir de 40 peniques.
Por una o dos libras se pueden probar todo tipo de exquisiteces y rarezas, como
un Château Musar de Líbano, una surtida variedad de vinos del Nuevo Mundo o champagne de pequeños productores, una de las
especialidades de la tienda.
“Los vinos españoles tienen una
presencia destacada, en parte porque el propietario del negocio, Jamie
Hutchinson, es un enamorado del Rioja tradicional”, comenta Simon. Muestra una
estantería llena de clásicos como Viña Tondonia o Pintia, pero también destaca
referencias de zonas menos conocidas por aquellos lares como 4 Kilos
(Mallorca), La Vizcaína de Raúl Pérez (Bierzo) o The Flower and The Bee
(Ribeiro) e incluso una enomática con toda la gama de Artuke, una bodega en alza de Rioja Alavesa que
elabora vinos con gran personalidad, de esos que no se olvidan.
Y como esto es Londres, nadie
te mira ni te sientes intimidado ante tanto vino. Los dependientes son grandes
entendidos (Simon está preparando el examen del Master of Wine, un título que ostentan 313 personas
en el mundo), pero solo te asesoran si tú se lo pides. Puedes ir catando a tu
ritmo, sin agobios y en el orden que prefieras. En el local de South Kensington
puedes incluso aprovechar a tomar unas tapas.
Este toque informal
también se palpa en los dos locales de Vagabond,
aunque aquí domina la estética vintage industrial con mesas de madera, bancos
de metal y luz tenue. En el del West End el ambiente es cosmopolita y relajado,
con clientela de todas las edades y condiciones. La opción de picoteo incluye
tablas de queso, charcutería y ensaladas y es muy popular por las noches (abren
hasta las 23.00) por lo que es aconsejable reservar mesa. Pero la estrella en
esta casa es, sin lugar al dudas, el vino. Las máquinas enomáticas delVagabond sirven hasta 100 vinos diferentes,
clasificados por color y estilo (aromáticos, especiados, vibrantes, elegantes,
dulces…) y mantienen un rango de precios similar a The Sampler. El funcionamiento de la tarjeta es igual
y encima de cada botella los empleados dejan una etiqueta con información sobre
la variedad y una breve nota de cata escrita en un lenguaje informal.
“Hacemos mucho hincapié en la
educación de los clientes y queremos que sea un lugar accesible para todo tipo
de público donde podamos ayudar a la gente a descubrir vinos nuevos”, comenta
su gerente Mark, un joven australiano que también estudia para el Master of Wine.
Las máquinas enomáticas son el
vehículo perfecto para que la gente pruebe y decida, aunque a un coste de 6.300
euros por aparato, la inversión no es desdeñable. Sin embargo, en Vinopolis tienen
claro que es la forma de atraer nuevos clientes, sobre todo consumidores
jóvenes. Situado junto al tan de moda mercado de Borough, cerca del Támesis,
este local de arquitectura victoriana es una verdadera ciudad enológica con una
zona de cata, tienda y varios restaurantes.
El planteamiento es
eminentemente educativo, con un tour previo en el que un guía explica
nociones básicas de cata y el funcionamiento de las máquinas expendedoras.
Después toca probar alguno de los más de 100 vinos y licores de todo el mundo
distribuidos según estilo, país y variedad. Yo me decanté por un Riesling
australiano y un tinto del Dao portugués mientras elaboraba mi propio vino
-virtual- en una de las muchas pantallas interactivas desplegadas por todo el
recinto. Ese planteamiento didáctico y entretenido gusta a la gente, dice Tom,
el guía. “Nuestro público son principlamente turistas, parejas jóvenes en su
primera cita y hasta despedidas de soltera. Les gusta el vino pero no son
entendidos y aquí pueden probar estilos diferentes mientras se divierten
tomando una copa”, explica.
La entrada (desde 27 a 38
libras) incluye el tour -disponible también en castellano-y
unos vales que se canjean por muestras o copas de vino, champagne o licor. La
diversidad de vinos no es tan amplia como en The Sampler oVagabond,
pero es una alternativa mucho más tentadora que esperar al cambio de guardia en
Buckingham Palace.
Fuente: 7caníbales
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